domingo, 13 de septiembre de 2015

EFEMÉRIDES DE SEPTIEMBRE - CESARE PAVESE


Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Cuneo, 1908-Turín, 1950) fue un poeta y narrador italiano. Pasó su infancia y juventud en Turín, donde su padre ejerció como  procurador del tribunal. La pérdida de su padre a la edad de cinco años, junto con el rigor y la falta de afecto con que lo educó su madre, lo marcaron profundamente y lo convirtieron en un ser inseguro, triste e inmaduro. En Turín  estudió filología inglesa, para dedicarse después a la traducción de autores británicos y estadounidenses, como Dickens, Melville, Dos Passos, Gertrude Stein, Steinbeck y Hemingway, así como a la crítica literaria. Fue codirector de la editorial Einaudi, fundada en 1933, en la que permaneció como editor hasta su muerte. En 1934 lo nombraron director de la revista Cultura, de la que era colaborador.
     En 1935 se enamoró locamente de Battistina Pizzardo, Tina, estudiante de matemáticas y activista del Partido Comunista (PCI), quien lo utilizó como receptor de las cartas que le remitía Altiero Spinelli, un dirigente del PCI encarcelado. La policía encontró las cartas, y Pavese fue condenado a tres años de cárcel, pena conmutada posteriormente por una especie de destierro en el sur de Italia. En esta época inicia su obra literaria con la redacción de un diario, publicado póstumamente con el título El oficio de vivir (1952), en el se encuentran algunas de las páginas más conmovedoras escritas por Pavese. También sufre severas depresiones que se agudizan cuando, al cabo de un año, es puesto en libertad debido a su asma y, al regresar a Turín, se entera de que Tina, "la mujer de la voz ronca", se ha casado con Spinelli  -su novio, en realidad-, que ha salido de la cárcel.
    Durante la Segunda Guerra Mundial se libra de ser movilizado por sus problemas de salud, y se marcha de Turín huyendo de la guerra, mientras que muchos de sus amigos entran a formar parte de la Resistencia. Regresa a la ciudad en 1945, allí se entera de que sus amigos han muerto en acción o han sido fusilados, lo que provoca en él un sentimiento de angustia y remordimiento.  Se dedica a reorganizar la editorial y se afilia al PCI, partido con el que mantendrá una difícil relación.
    Mientras,  va sumando fracasos sentimentales. En 1947 conoce en Roma a la actriz estadounidense Constance Dowling, Connie, quien había mantenido una complicada relación amorosa con el director de cine Elia Kazan. Pavese se enamora perdidamente, ella se siente halagada por las atenciones del escritor, pero se produce la ruptura cuando este le propone matrimonio y ella le responde que se casará con otro. El 26 de agosto de 1950, Cesare Pavese se suicidó en la habitación de un hotel, antes de cumplir los 42 años. Pero, como él mismo había escrito antes, "Uno no se mata por el amor de una mujer. Se mata porque un amor, cualquier amor, le revela su desnudez, su miseria, su indefensión, su nada."
     Pavese publicó en 1936 su primera colección de versos, Trabajar cansa, en la que su fascinación por los ambientes urbanos y el descubrimiento de la literatura norteamericana, ejercieron una notable influencia. Póstumamente se publicará el poemario Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1951, dedicado a Constance, "rostro de primavera"), que incluye el hermoso y escalofriante poema que da nombre a la colección. Pero lo más interesante de su producción es su narrativa,  que, junto con Vitorini, lo convierten en el iniciador del neorrealismo italiano, y en la que trata sobre los conflictos de la sociedad contemporánea. El camarada (1947), La casa en la colina (1948, en parte autobiográfica, sobre la falta de compromiso político de un intelectual), El bello verano (1949) y  La luna y las fogatas (1950), considerada su mejor novela, son algunos de los títulos más representativos.




LOS GATOS LO SABRÁN

Aún caerá la lluvia
sobre dulces empedrados,
una lluvia ligera
como un hálito o un paso.
Aún la brisa y el alba
florecerán ligeras
como bajo tu paso,
y tú regresarás.
Entre flores y alféizares,
los gatos lo sabrán.

Llegarán otros días,
llegarán otras voces.
Sonreirás sola.
Los gatos lo sabrán.
Oirás viejas palabras,
vanas y cansadas
como vestidos usados
de las fiestas pasadas.

Tú también harás gestos.
Responderás palabras;
rostro de primavera,
tú también harás gestos.

Los gatos lo sabrán,
rostro de primavera,
y la lluvia ligera,
el alba de jacinto,
que el corazón lacera
de quien no te espera,
son la triste sonrisa
que tú sonríes sola,
Llegarán otros días,
voces y despertares.
Sufriremos al alba,
rostro de primavera. 
                                         

(Cesare Pavese, de "Verrà la morte e avrà i tuoi occhi,
en Poesie, Mondadori, 1969. Versión: Jorge Aulicino)



VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

                                                     Cesare Pavese


CELOS
1
Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos
lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa
mirada.
Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
para no beber de un trago y embriagarse de golpe.
Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles
bamboleantes -sólo han quedado mujeres
en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia
congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
Los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
como para hacer el amor, pero siempre está la noche.
En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres
no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,
se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado
en que los dos contienden y se desangran.
Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
y se informan acerca de si en verdad le duele la cara.
Para liarse a golpes es preciso estar solos.
Entre los compañeros siempre hay alguno que charla
y es objeto de bromas. La porfía del vino
ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
El rival, más sosegado, ase el vaso
y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
y acomete el segundo. El calor de la sangre,
al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
y oscilantes, las voces apenas se oyen.
Se busca el vaso y no está. Por esta noche
-incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.
2
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,
esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.
Se ha sentado el viejo esta noche al borde
de su campo desnudo, pero no escruta la mancha
del seto lejano, no extiende su mano
para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos
un pensamiento candente. La tierra revela
si alguien ha colocado sus manos sobre ella y la ha violado:
lo revela incluso en la oscuridad. Mas no hay mujer viviente
que conserve el vestigio del abrazo del hombre.
El viejo ha advertido que la mujer sonríe
únicamente con los ojos cerrados, esperando supina,
y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo
pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado, estrechando la tierra
como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer, tendida en la sombra, no habla.
Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla
ni sonríe, esta noche, desde la boca torcida
al hombro lívido. Revela en su cuerpo,
finalmente, el abrazo de un hombre: el único
que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa.

                                                       Cesare Pavese


FIN DE FANTASÍA
Este cuerpo no volverá a empezar de nuevo. Al tocar las
cuencas de sus ojos,
uno nota que un montón de tierra está más vivo,
ya que, incluso al alba, la tierra no hace sino guardar
silencio en su interior.
Pero un cadáver es un resto de demasiados despertares.
No tenemos más que esta virtud: comenzar
cada día la vida -ante la tierra,
bajo un cielo que calla-, esperando un despertar.
Se asombra alguien de que el alba implique tanto esfuerzo;
de despertar en despertar, una labor ha sido efectuada.
Pero vivimos solamente para darnos en un estremecimiento
al trabajo futuro y despertar, de una vez, la tierra.
Y alguna vez ocurre. Después vuelve a callar con nosotros.
Si al rozar aquel rostro la mano no estuviese insegura
-viva mano que siente la vida si toca-,
si de veras aquel frío no fuese otra cosa que el frío
de la tierra, en el alba que hiela la tierra,
tal vez eso sería un despertar y las cosas que callan
bajo el alba dirían todavía palabras. Pero tiembla
mi mano y entre todas las cosas se asemeja
a la mano inmóvil.
Otras veces, despertarse al alba
era un dolor seco, un jirón de luz,
pero era asimismo una liberación. La avara palabra
de la tierra era alegre, en un rápido instante,
y morir era todavía regresar a ella. Ahora, el cuerpo que
espera
es un resto de demasiados despertares y no regresa a la tierra.
Ni siquiera lo dicen los labios endurecidos.

                                                 Cesare Pavese



Publicado por Patricia Dizanzo


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