lunes, 29 de febrero de 2016



           NOSOTROS DOS
                            
                                                        (a Magdalena y Leandro)

        
                         “No fue que trabajé como una bestia,  para que vos pudieras
                           vivir como una reina, fue que trabajé como una bestia,
                        porque vos eras una reina y yo quería que vivieras conmigo”

                                                                                   Miguel Oscar Menassa


Aturdidos, sedientos, nos acercamos al ámbar natural
de nuestros besos y fuimos pájaros hambrientos por el vuelo.
¡Quisimos llenar con nuestros sueños todo el universo!.
Fue una tarde tranquila, la de nuestro encuentro,
nos miramos de lejos para conocernos, fuertes, enteros.
Después el tiempo, donde juntos admiramos
aquél instante fugaz, su nombre austero,
magia del verbo, bello rostro de literatura y cielos.
Toda la vida era un corazón latiendo entre cornisas,
sin temor al entusiasmo señalado, ni camino imposible
de habitar, para nosotros dos, amantes del espejo.
Vivíamos en la selva y de la ciudad, visitábamos su centro.
Nos recostábamos mansos, en todas las orillas prometidas,
para ver correr el aire alrededor, violento torbellino,
de nuestro visitante inquieto, faro de cristal,
virgen del mar, timonel sin nombre, oro sumergido.
Indefinido siglo de los amantes despiertos
como nosotros dos, amor mío.
Te llevaré en mi piel por las mañanas, y al volver,
veras que he transitado contigo los caminos,
que no ahuyentaron mis pisadas de valiente soldado,
cumpliendo sueños, que siempre nosotros dos hemos tenido.

Y nos queda el tiempo por venir, los días y las noches
de tantos desafíos, las costumbres, los éxitos conmovidos,
transparencias de un tiempo atrevido, espesura
recorriendo mansa como un río, la propiedad de los monosílabos.

Amor mío, te querré bajo la lluvia de todos los veranos,
y serás mía quizás algún invierno,
donde el sol oculte las estaciones que intentan venir detrás nuestro,
sin que le hayamos pedido una constancia de su cesar al vértigo.

Te querré por las tardes donde la noche aguarda tus pasos de viajero,
y serás en mi vida tierra fértil y crecerán en ella nuestros hijos.
Fue preciso aquel día ennegrecer el cielo para volver a verlo
siempre azul en nuestros aposentos.

Te quise y te quiero como un ave que despierta por el sonido
inmenso del silencio. Nocturno manantial desnudo, ardiendo.
Fue a tu lado, que tuvimos un cuerpo dispuesto a recorrer
gozoso el camino de las grandes arboledas y  ocultarnos
después de haber visto brillar al último cohete en nuestro cielo.

Nosotros dos amor mío, no necesitamos juramentos.
Anduvimos descalzos recorriendo las piedras del camino y
nuestros pies amados por los hechos, nos nombraron sabios,
para seguir viviendo sin apurar los esperados acontecimientos.

Costumbres que tienen los hombres y mujeres que viven en el reino.

Te besaré mil veces cerca de tu boca, después de escucharte decir
mi nombre entretenido, jugando a ver que notas capturan
el mensaje verbal y cierto, que siempre merecimos.

Ala de altamar, farol nocturno que oculta la furia de los fríos,
caminata lenta donde andaré contigo encendiendo querido,
la risa de nuestros mejores besos.

Pero hoy, huésped de la neblina, vuelvo a estar parado frente a ti,
y derramo a tus pies esta locura de luciérnaga latiendo empedernida.
Porque se que viviremos juntos el resto de los días, esta vida nuestra,
donde mensajeros fugaces nos cantaran al alba una canción de amor,
que irá siempre a nuestro lado, con nuestros pasos, derrochando la magia
de habernos conocido y tener nuestros planes invisibles, secretos.

Nada será mejor que eso.
                                        Lira conmovida por lo cierto.
                                                                                        Azucena lunar.   
Concierto en do menor, latido carmesí vibrando dentro.

Cuando te conocí cerraron las heridas y nuestra corona no necesitó espinas. Construimos del alma un cántaro fresco, para saciar la sed de todos los caminos, que íbamos a recorrer juntos, algún día, tu y yo, amor mío.



viernes, 5 de febrero de 2016

MURMURACIONES DEL POETA –
                                          MIGUEL O. MENASSA

No sólo se vive de escribir poesía.
Una que otra mirada al destino siempre hace bien.
Darse cuenta que la cultura resucita sus muertos
contra lo que nace y, también, por las dudas.
Nací antes de tiempo,
lo que deseo me lo darán dentro de unos siglos.
Soy un poeta sin padre y sin madre.
Y no quiero ingresar en ninguna cultura,
porque fuera de mí, la cultura,
repite viejos vicios, canciones olvidadas, antiguas.
No sólo no les pasó el psicoanálisis,
tampoco les pasó la bomba atómica:
Hongo mutilador,
me deformo al compás de tus radiaciones
y, en esa mutación,
se transforma conmigo la Poesía.
Deformidad para Ella, también, la sublime.
Abro su pecho y en medio de su blancura estúpida,
hago estallar una canción de sangre
y de petróleo humedecido por el llanto de mil generaciones
y no habrá forma que soporte semejante grito.
¡Tengan cuidado las Academias!
¡Ha llegado el Poeta!
Y esta vez, el poeta, no es un niño desolado
que, solitario e indefenso, busca almas gemelas
y escribe poesías porque si no...
Esta vez el poeta tiene, claramente, odio en su mirada,
en su mirada tiene ejércitos, hombres, mujeres,
millones de palabras en cualquier dirección,
fuera de toda enciclopedia.
De noche,
tumultuosas estrellas como ideas se fragmentan por ser,
los sentimientos quedan arrinconados, maltrechos,
todo es grandeza.
Puma, Poeta de la Noche,
descifro mi propio epitafio:
murió porque murió,
era una alondra,
vestigios de una raza,
fue la piedra y el viento.
Sonora voz,
arpegios de lo humano entre los soles.
Soy no soy,
la triste flor que se derrama frente al fuego.
Fruto maduro, y sin embargo,
simiente poderosa.
Muero y me reproduzco y a la vez
danzo compases cósmicos,
-ruidos, como de bronces haciéndose pedazos-
perfiles del tiempo donde mi saber,
alcanza la dimensión de la carne:
ubre maligna, contagiada de las peores libertades
carne en la poesía
y en esa ráfaga sin dimensiones,
-primer vagido del hombre
contra su propia razón de matar,
contra su propia razón de vivir,
grito gutural y deforme,
contra la propia garganta de la muerte-
el Hombre a sus anchas no se deja medir.
Sin Dios,
combinando todas las palabras,
sin encontrarlo.
Librado a su propia suerte,
a caballo de la poesía sobre los sentidos,
buscando nuevos horizontes.
Y en el encuentro con lo nuevo,
la plenitud es el orden de todas las cosas,
porque lo nuevo, cuando tiene la presencia de ser,
calma la sed
y el hambre
y los deseos
y no se detiene
cuando se ensombrecen los rostros más bellos,
porque la belleza es su movimiento
y en ese devenir enloquecido, antes de envejecer,
deja su luz entre las sombras.
Esos días se descansa, se come pan,
se beben naranjas heladas y se sueña.
La Poesía esos días lo puede todo.
Emborracharnos de naranjas heladas
hasta que nuestro cuerpo,
tenga el color de los frutos maduros
y las piedras hablen
y las gaviotas se hundan silenciosamente en el mar.
Y cuando lo nuevo es inasible, Poesía,
por haber tejido su ser entre tus mallas
y cuando las ambiciones de lo nuevo son infinitas 
por haber surgido invisible de tu ser invisible,
deja, también, cuando desaparece,
-hombre y, a la vez, felino de la noche-
sobre tus vaporosas pieles
-de su paso deforme por la vida-
huella feroz,
indeleble desgarro multiforme en tu belleza única, 
monstruosidad,
crecida al amparo de tus senos nevados,
fuera del alcance de tus límites,
silvestre y desmedido origen de mi canto:
tu piel,
arrancada de su lugar y, todavía,
bella.
De libro “La patria del poeta”