sábado, 19 de noviembre de 2016

HOMERO MANZI - nace el 1° de noviembre de 1907)
Definiciones para esperar mi muerte 
Puedo cerrar los ojos 
lejos de las pequeñas sonrisas que conozco. 
Escuchando estos ruidos recién llegados. 
Viendo estas caras nuevas. 
Como si de pronto 
los mil lentes de la locura 
me trasladaran a un planeta ignorado. 

Estoy lleno de voces y de colores 
que juraron acompañarme hasta la muerte 
como amantes resignadas 
al breve paso de mi eternidad. 

Sé que hay recuerdos que querrán abandonarme 
sólo cuando mi cuerpo hinche un hormiguero sobre la tierra. 

Sé que hay lágrimas largamente preparadas para mi ausencia. 

Sé que mi nombre resonará en oídos queridos 
con la perfección de una imagen. 

Y también sé que a veces dejará de ser un nombre 
y será sólo un par de palabras sin sentido. 

Estoy lleno de voces y de colores. 
Unas veces recogidos en el sonambulismo de la marcha. 
Otras, inventados tras mi propia soledad. 

Con ello se integrará un cortejo final de despedida. 

Se cambiarán en lágrimas y palabras piadosas. 

Pero hoy, en medio de lo que todavía no he podido amar, 
evoco a los marinos encerrados en las paredes altas de la tormenta; 
a los soldados caídos sobre las yerbas lejanas; 
a los peregrinos que duermen bajo la sombra de árboles innominados; 
a los niños que yacen contemplando el yeso de los hospitales 
y a los desesperados, que entregan el último gesto 
frente al paisaje final e instantáneo de la demencia.
Hombre 
¿Eres cientos de vidas, o una vida? 
¿Una sola infinita y dolorida? 
¿Eres dueño del mundo en que transitas 
o el mundo es una gruta donde habitas? 
¿Andas entre flores y el paisaje 
sin poner el perfume y el celaje? 
¿Creaste una deidad omnipotente 
para que manejara tu presente 
y tu pasado y lo que nunca ha sido, 
lo muerto, lo vital, lo presentido? 
Cruzas frente al espejo de tu espejo 
y no eres el reflejo de un reflejo. 
Manejas tardes y también mañanas 
y ríos y amapolas y ventanas 
y lágrimas y sombras y canciones 
y juncos y fatigas y emociones 
y guerra y paz y prados y ciudades 
y juventud y ancianidad y edades 
y libros y banderas y armonías 
y das luna a la noche y sol al día. 
Mides los mundos que tú hiciste mundos 
con teoremas exactos y profundos. 
Trabajando en tu nada y en tu todo 
pintas blanca la nieve y negro el lodo. 
Prescribes lo moral y abres caminos 
y ponderas valores y destinos. 
Juzgas para esta vida y otra vida. 
Ésta fugaz y la de allá dormida, 
sobre un tiempo sin tiempo —fuego o nube— 
y dices que el mal rueda y el bien sube. 
Corres como un gigante desolado 
con fuerzas que tú mismo has convocado 
y de pronto, cortando tu carrera, 
te blasfemas, te lloras, te veneras, 
te conviertes en cientos de millones 
que maldicen o rezan oraciones 
y te cambias el rostro en cada suerte 
y vuelves a la vida y a la muerte 
con una vanidad empecinada 
hecha de polvo, de ceniza y nada 
y aguardas rosa de la mano amiga 
y de la mano sin amor ortiga. 
Pero sabes que todo está en tu sueño: 
ortiga y rosa, soledad y leño. 
Eres trágico así y eres culpable. 
Si eterno, te defines deleznable. 
Si santo, buscas torpes tentaciones. 
Si valiente, te ensucias con pasiones. 

Eres trágico así y eres absurdo 
cuando te vistes con el gesto burdo 
y abismas en fracaso abominable 
el bien, de cuya norma eres culpable 
y cuando hieres con tus propias manos 
tu propio corazón en tus hermanos 
y descargas la furia de tus brazos 
sobre el propio dolor de tus pedazos 
y destruyes los sueños de ti mismo, 
lanzando lo que es tuyo hacia el abismo. 
¿Cómo puedes herir a la criatura 
que es una imitación de tu figura? 
¿Cómo puedes gozar del cataclismo 
si está hecho todo en carne de ti mismo? 
¿Si el cielo, la perdiz y la cabaña 
salieron desde el fondo de tu entraña? 
¿Si la bestia que pace y los pastores 
tienen tu amor y tienen tus dolores? 
Hombre que todo lo soñaste un día, 
no puedes solazarte en la agonía. 
Y no puedes mentir que son mil vidas 
ajenas a tus manos atrevidas. 
Eres uno, el primero, el que hizo todo. 
Blanca la nieve blanca y negro el lodo. 
El que duerme en las hondas sepulturas 
y despierta después en las criaturas. 
El creador de sí mismo, el propio dueño. 
El responsable de su enorme sueño. 
Deja tu vanidad empecinada 
hecha de polvo, de ceniza y nada, 
y vuelve a ser el ángel legendario 
que hizo la cruz y que labró el rosario. 
No puedes ver morir con sorda calma 
las cosas que pariste con el alma. 
Nada menos que tú, que eres poeta 
y fuiste tu factor y tu profeta. 
Nada menos que tú, que de tan noble 
trajiste hasta tu casa el pez y el roble. 
Y que hiciste infinita la medida 
para encoger tu imagen y tu vida. 
Y que al solo fervor de tu mirada 
dibujaste los cosmos en la nada. 
Y que al solo temor de hacerte malo 
nombraste un juez y le entregaste el palo. 
¡Cómo puedes fraguar maldad y muerte 
si hiciste a Dios para no ser tan fuerte...!
HOMERO MANZI


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